16 de març 2007

Los eternos nudos gordianos

LLEIDA IAN NABOURIAN

El oráculo profetizó que sólo aquel que fuera capaz de desatar el nudo gordiano lograría conquistar Asia. La idea de unir el pragmatismo y la espiritualidad, de demostrar que es posible conjugar ambas partes, inherentes a nuestro ser, es algo más que una leyenda. El nudo simboliza la idea de unir todas las cosas transformándolas en una sola. Nada puede imponerse y sólo la unión cooperativa y no el enfrentamiento nos llevarán a buen puerto. ¿Así pues, por qué empeñarnos, como Alejandro, en "deshacer" el nudo? Él cometió el error de creer que lograría dominar el mundo, ¿pero quién puede dominar un mundo loco cuando ni siquiera es capaz de contener su propia locura? Gordión fue la primera ciudad en la que los ejércitos macedonios irrumpieron tras cruzar el Heles Ponto. Seguramente, Alejando pensó que allá le esperaba el destino, y que era éste el que le permitiría conseguir su fin último: la conquista de Asia. ¿Pero fue el destino quién lo puso tras los pasos de su sueño, o fue su sueño quién le hizo forzar ese destino? Jamás logró deshacer el nudo sino que lo cortó con su espada. ¿Acaso no es eso modelar el destino según la propia conveniencia, ponerlo a tu servicio a través de la astucia? De hecho tiene poca importancia pues manipular el destino parece ser el destino inherente al ser humano.

Desde entonces hasta ahora, centenares de héroes y antihéroes se han visto ante otros nudos que deshacer con el fin de llegar hasta su destino. Excalibours, santos griales, lanzas sagradas, han constituido la excusa perfecta para detentar el poder y sus prebendas.

Pero todos esos héroes pasaron por los caminos polvorientos sin apenas dejar huellas. Si acaso las historias épicas engrandecidas por los historiadores y trovadores fueron las únicas que enaltecieron sus obras. Hay quien sostiene que el conjunto de sus actos nos ha legado el mundo actual, pero yo discrepo en lo esencial y me pregunto si el mundo no hubiera sido igual o incluso mejor sin sus destinos.

Cierta vez anduve tras los pasos de Alejandro por Persia. Al llegar a Pasargade, al igual que él hiciera, medité ante la tumba de Dario I. Intenté imaginarme que debió pensar y si allí se encomendó de nuevo a los dioses antes de seguir con su conquista. Hoy me ha vuelto a venir a la cabeza, y he imaginado que si ese viaje lo hubiera hecho hace un mes, hubiera pensado sobre ese nuevo nudo de nuestros tiempos que ha sido las armas de destrucción masiva y que ha empujado a otro ser iluminado a erigirse como nuevo dios viviente de occidente y general en la retaguardia de los nuevos ejércitos invasores de oriente. Al fin y al cabo Alejandro fue un hombre de su tiempo con las limitaciones de su tiempo, la superstición que los dejaba más a merced de los dioses que de la razón, pero en estos tiempos tecnológicos en que la razón impera. ¿Qué justifica a estos nuevos tiranos que se confiesan admiradores y sucesores de Alejandro a apropiarse de nuestro futuro?