22 d’abril 2007

Retama del Teide, retama olorosa, perfumando está…

SANTA CRUZ DE TENERIFE ANA MENGÍBAR

Aquel ramo de flores, sobre la mesita del fondo, con su tímida y romántica presencia, engalanaba el salón. Los ventanales dejaban pasar la luz del invierno a través de las sencillas cortinas que adornaban la estancia.

El clamoroso piar del canario hacía agradecer su compañía, amenizando con su entonado ritmo y llenando de alegría el lugar.

Era un ramo sencillo. Sólo tres o cuatro rosas de color melocotón y un ramillete de retama blanca le daban forma. Las rosas lucían bellas, cálidas, entrañables. Las rosas allí estaban dejándose abrazar del blanco silvestre de la retama, dejándose acurrucar en su intenso aroma. Retama con olor a encanto, olor a magia, olor a vida, olor a sol, a brisa del alisio isleño, a escarcha de la mañana… Retama.

El olor silvestre delataba su presencia. El aroma había invadido toda la casa. Un perfume que hacía sentir el recuerdo de la última subida al Teide, en una mañana de radiante luz y de intenso frío, la pasada primavera.

Parecía recordar toda la excursión. La primera parada la habíamos hecho en el Mirador de Ortuño, para presenciar el espectacular mar de nubes. El Sol en lo alto, sobre el azul del cielo, iluminaba intensamente la majestuosa figura del Teide. Conformaba todo un espléndido escenario, un extraordinario paisaje. Todo ello en conjunto, era el mejor lienzo jamás pintado. Nubes de suave tacto, de serena calma, de aspecto dulce, de dulce mirada.

Después de unos minutos contemplando tal maravilla, continuamos nuestro viaje por la dorsal que alberga el frondoso Monte de La Esperanza. Pinos, eucaliptos, silencio, lava, volcanes. Laurisilva, alisio, folías… Canarias.

A medida que avanzábamos en nuestro recorrido el Monte se iba perdiendo con las curvas de la carretera. Ya divisábamos de frente el Teide con su imagen regia, firme, con su majestuosa presencia en la distancia. En los laterales de la carretera aún quedaba algo de nieve. Comenzábamos a dejar atrás el olor de los eucaliptos que nos habían acompañado en el recorrido. Y pronto comenzamos a atravesar paisajes de lava, de rocas desgarradas, de colores varios…, paisaje lunar. Basalto, olivina, violetas…, allí todo está. Pero algo destaca en el magnífico escenario, algo pequeño, diminuto. La pequeña flor blanca de la retama que, al azote del alisio, su perfume desprende con mayor intensidad. La retama adorna el lugar. Ya nos acercamos, ya las observamos. Blancas y radiantes al Teide acompañan. Destacan alegres en el basalto, alivian el alma. Inundan de paz.

Allí una parada más. Una parada para disfrutar, para observar, para divagar, para soñar.

Paradisíaco entorno nos envuelve. Colores intensos de un azul el cielo, de negro la lava, de verde detrás. Arriba en el pico el blanco de las últimas nieves, terrenos rojizos y amarillentos parecen hablar. Y a nuestro lado, un blanco distinto, el de la retama, el de la nostalgia, el de la alegría, blanco de la verdad.

Retama del Teide, retama olorosa, perfumando está.