09 de febrer 2008
Confianza en uno mismo, algo difícil de lograr…
LLEIDA IAN NABOURIAN
Confianza es una palabra utilizada con demasiada asiduidad: cargos de confianza, producto de confianza, confianza en los amigos, en la pareja, la familia... ¿Obedece a una realidad ó sencillamente se ha convertido en una muletilla para tapar lo realmente ilusoria qué es ésta en nuestras vidas? Confianza en nosotros mismos. ¿Acaso es fácil hacerlo con la que nos llueve cada día? No, no es fácil pero si profundizo un poco llego a la conclusión que de todas las confianzas esta es la menos fácil, pero de conseguirlo la más sincera y realista de todas. La auto-confianza representa la columna vertebral de la estabilidad emocional y por tanto el nexo que la une con la felicidad. La confianza en todo cuanto nos rodea ha de ser necesariamente un espejismo cuando no CREEMOS en nosotros mismos, en cambio siempre se nos pide confianza en los demás. Desde pequeño se te entrena para ello y sin embargo nadie nos enseña las pautas necesarias para creer en nosotros mismos. Si acaso, se nos educa en la competencia disfrazada de auto confianza. Se nos dice: has de ser fuerte, confiar en ti mismo; en cambio esa palabra no es más que el famoso lobo con piel de cordero. Así trascurre nuestra vida creyéndonos que una fantasía es vida en mayúsculas. Nos conformamos con la abundancia y la llamamos felicidad. Hemos auto secuestrado nuestras vidas y las hemos colocado allá justo dónde quieren que estén colocadas: ordenadas, sin conflictos aparentes en la estantería de la socialización. En ella somos millones de sujetos estandarizados, que como libros, nos separan por unas cuantas temáticas limitadas. Nos definen y nos auto definimos de manera que se nos pueda manipular desde fuera de cara a ser incontestables consumidores de “felicidad”. Parece una paradoja que nosotros mismos colaboremos sistemáticamente auto definiéndonos pero de esa forma evitamos las desagradables sorpresas que nos depara la vida. El planeta se ha reducido, no resta nada por descubrir, en cambio aun queda un “non plus ultra”: no nos aventuramos a auto descubrirnos, nos es más fácil decir: “yo soy así y punto, cada cual es como es”, sin hacernos la pregunta que más nos auto afianzaría: quién soy yo realmente? Las religiones tradicionales no fueron la respuesta, las sociedades laicas e industriales que parecieron en su momento ser la solución empírica a la injusticia social, convirtiéndose en el nuevo tótem del bienestar han fracasado en ese principio tan inocente que emana de las primeras constituciones de finales del siglo XVIII, “el derecho a la búsqueda de la felicidad”. ¿Qué felicidad, la colectiva? Si ello significa bienestar, en gran medida lo hemos conseguido y poco a poco irá generalizándose.¿Pero y qué es de nuestra plenitud como INDIVIDUOS, es posible realmente alcanzarla en sociedades que nos conciben como masa, no sería necesario salirnos por un momento de ellas y tomar conciencia de nuestra individualidad para así funcionar como grupo?
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