14 de desembre 2005

Que la Vida nos dé la vista, y Santa Poesía nos la mantenga

SEVILLA CARMEN CAMACHO

De no ser porque olvidé, qué pena, su nombre, la hubiera buscado. La encontré hace años en el Pandora, sitio mágico de Madrid donde dan de beber y leer (champán y poesía). Era vasca, firme y poeta, y puso puño, pulso y letra a esto: que cuando nacemos tenemos los ojos al haz, bien dispuestos, hacia delante, ante el mundo. Entonces tenemos las pupilas y la mirada clara. Por eso, alumbrados y también deslumbrados, de niños vemos y decimos las cosas tal cual son y lloramos hacia fuera. Conforme vamos creciendo los ojos se nos van volviendo del revés, las pupilas se nos van dando la vuelta, y cada vez miramos más solamente hacia nosotros mismos, y lloramos exclusivamente hacia dentro. No está bien visto llorar rímel, presupuestos abajo.

A eso, a no ver y a no llorar hacia fuera, le llaman algunos “madurez”, “cordura”, “solvencia”. Prohibido terminantemente mirar el mundo, ver anchamente; no está permitido el volando voy, volando vengo, entretenerse con la mosca que pase a pesar de las ventanas cegadas, hemos de concentrarnos (y, a poder ser, hemos de obsesionarnos) con el informe, el uniforme, el lunes, la sonrisa impostada, el nuevo plazo imposible otra vez, el tráfico, las notas del niño, la plancha. Ya llegarán los días en los que, con alegría a plazo fijo, salgamos al campo o de viaje a sentirnos únicos, especiales, a seguir sin ver, pero eso sí, salir bonitos en las fotos y patear, sin salirnos del tiesto, por cómodos paraísos organizados. Está penado darse cuenta, ser conscientes, tener conciencia.

Hoy fui al trabajo andando. Y de repente, no sé cómo fue, así, ¡zas!, consciencia, conciencia. Noté que árboles, sentí que sol, escuché que tráfico, percibí que edificio, concluí que otoño. Y sí: árboles, sol, tráfico, edificio, otoño son hoy y aquí y para mí, puros verbos.

Dice el gran poeta Carlos Edmundo de Ory que muy ciego hay que estar para no ver lo invisible; dice el gran poeta Antonio Machado que “hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas tal y como son; aún más abiertos para verlas otras de lo que son; más abiertos todavía para verlas mejores de lo que son. Yo os aconsejo la visión vigilante, porque vuestra misión es ver e imaginar despiertos, y no pidáis al sueño sino reposo”; dice el gran poeta Gonzalo Escarpa “es triste no lo nieguen que levante/ la mano aquel que no ha llorado hoy/ a solas y escondido no es verdad/ caballero usted llora cada día/ que usted no se dé cuenta es otra cosa”.

Del lado de los grandes poetas me pongo y me propongo, para declinar desde La Mañana tanta invitación a la ceguera e invocar al ojo poético del niño, del que no quiere ser mayor si ser mayor es esto de la media vuelta a la pupila y la pasada de tuerca, y el ser padre y tener y comer huevos.

El otro día se quejaba mi amigo Enrique de que pronto cumplirá 50. Y no: nunca tendrá 50 años quien, a pesar del peso de los días, tiene la lucidez furiosa de mirar y llorar y soñar hacia fuera.