VOLEMOS JUNTOS, PERO NUNCA ATADOS
LLEIDA PAQUI BONILLA ALÓS
Un día, hablaba con un amigo, sobre la confianza depositada en la pareja que se ama. ¿Hasta que punto, debemos dejarnos espacio cada uno como individuo?, aunque deseemos estar siempre juntos.
En los cuentos de Jorge Bucay encontré una pequeña respuesta: Cuentan los indios sioux que a la tienda del brujo llegaron de la mano; Toro Bravo, valiente joven guerrero, y Nube Alta, hija del cacique y su mujer. Nos amamos. Nos vamos a casar. Nos queremos tanto que tenemos miedo. Queremos un conjuro que garantice que estaremos juntos hasta encontrar a Manitú el día de la muerte. El viejo se emocionó al verlos tan jóvenes, tan enamorados, y tan seguros de lo que querían “en ese momento”
Hay algo- dijo, después de una pausa-. Pero es una tarea difícil y sacrificada. No importa -dijeron los jóvenes. Lo que sea -ratificó Toro Bravo.
Bien -dijo el brujo-, Nube Alta ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola sin más armas que una red y tus manos, y cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, lo traerás aquí con vida el tercer día después de luna llena. ¿Comprendes? La joven asintió en silencio.
Toro Bravo -siguió el brujo-, escala la montaña del trueno y cuando llegues a la cima, debes encontrar la más bravía de las águilas y con tus manos y una red la atraparás sin heridas y la traerás ante mí, viva, el mismo día que Nube Alta.
Los jóvenes se miraron con ternura y después salieron a cumplir la misión, ella hacia el norte, él hacia el sur…
El día establecido, frente a la tienda del brujo, los jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.
El viejo pidió que con cuidado las sacaran. Así lo hicieron y expusieron ante su aprobación, los pájaros cazados. Eran los más hermosos ejemplares de su estirpe.
-¿Volaban alto? -Preguntó el brujo. Sí, como tú pediste ¿Y ahora? preguntó el joven- ¿Beberemos el honor de su sangre? -No -dijo el viejo.
Los cocinaremos y comeremos el valor de su carne- propuso la joven.
-No -repitió el viejo-. Haced lo que os digo. Tomad las aves y atadlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero. Cuando las hayáis anudado, soltadlas y que vuelen libres.
El guerrero y la joven hicieron lo que les pedía y soltaron los pájaros.
El águila y el halcón intentaron levantar el vuelo, pero sólo consiguieron revolcarse en el suelo. Unos minutos después, irritadas por su incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí, lastimándose.
Los jóvenes se miraban sorprendidos sin entender lo que intentaba demostrar el viejo.
-Este es el conjuro. Jamás olvidéis lo que habéis visto. Vosotros sois como un águila y un halcón; si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse. Para que el amor entre vosotros perdure, sed sinceros, volad juntos pero jamás atados.
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