El mundo de ayer subyace en el de hoy
LLEIDA IAN NABOURIAN
Hace unos tres años descubrí un libro de Stefan Zweig titulado "El Mundo de Ayer". En él, Zweig desgrana la historia de Europa desde finales del siglo XIX hasta 1939. Hoy he vuelto a releer las primeras páginas relacionadas con los antecedentes y el inicio de la primera guerra mundial, y he percibido que indiferentemente a las épocas, subyace algo en los motivos que causan las guerras que son atemporales y comunes. Sobre todo sentí esa sensación cuando Zweig compara los sentimientos que embargaban a los ciudadanos comunes en el año 1914 con la actitud ante los inicios de la Segunda Guerra Mundial. En el apartado que Zweig dedica a las primeras horas de la guerra de 1914 dice, comparando con el sentimiento que se vive en los primeros momentos de la guerra de 1939: "(...) Ya nadie de la generación de 1939 creía en la injusticia de una guerra querida por Dios, y peor aun: nadie creía siquiera en la justicia y en la durabilidad de la paz conseguida por medio de una guerra, pues todavía estaba demasiado vivo el recuerdo de todos los desengaños que había traído la última.
(...) He aquí la diferencia. La guerra de 1939 tenía un cariz ideológico, se trataba de la libertad, de la preservación de un bien moral; y luchar por una idea hace al hombre duro y decidido. La guerra de 1914, en cambio, no sabía de realidades, servía todavía a una ilusión, al sueño de un mundo mejor, justo y en paz. Y sólo la ilusión, no el saber, hace al hombre feliz. Por eso las víctimas de entonces iban alegres y embriagadas al matadero, coronadas de flores y con hojas de encina en los yelmos, y las calles retronaban y resplandecían como si se tratara de una fiesta."
Una frase en concreto impactó en mi conciencia: "Sólo la ilusión, no el saber, hace al hombre feliz". ¿Sería eso cierto? ¿O sea, que luchar y morir por la ilusión de tener mayores posibilidades, por conseguir un mundo mejor te hace más feliz, y a la vez ingenuo ante el peligro, qué, luchar y morir por preservar tu libertad? ¿Debo entender entonces que quienes jaleaban rebosantes el inicio de la guerra de 1914, creían inocentemente que ésta los redimiría, sacándolos de sus anodinas y rutinarias vidas, para crear un mundo del todo diferente al que habían conocido? ¿Es más fácil, por tanto, mandar al matadero a alguien para conseguir algo ilusorio que para que preserve su libertad? En el fondo me daba cuenta, no sin inquietarme, que tampoco hubiéramos aprendido tanto después de dos mortíferas guerras. ¿Acaso no es cierto que en el actual “conflicto de civilizaciones” convive en cada uno de los bandos la supuesta inocencia de 1914 en aquellos que se auto inmolan con el fin de conseguir “redimirse”, con la dureza de 1939 en aquel qué cree protegerse de quien “conculca” sus libertades? ¿Por contra, no será quizás cierto, que los desheredados pertenecen a ambos bandos, y hoy, como antaño, con inocencia o realismo, no siguen estando al servicio de quienes piensan por ellos?
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