La Revolución de pensar diferente
LLEIDA C. M. RÍOS
Cuando era pequeño, Chile, mi país estaba convulsionado y revolucionado. El mundo estaba harto de lo que sucedía y ya era hora de abrir la boca y no guardar más silencio. Todos hablaban de desaparecidos, de asesinatos, de la Dictadura, de los “allanamientos” y de los exiliados. En ese entonces, la música daba paso a las injusticias y nuevamente comenzaban a oírse los estilos musicales que apoyaron un día al desaparecido presidente Salvador Allende. En las calles la gente se reunía para pintar murales o para quemar entre enormes fogatas mucho más que viejos muebles o neumáticos. Se trataba de una especie de purificación que animaba a acercarse a ellas y quedarse mirándolas, como si trataran de olvidar lo viejo y renacer de las cenizas. Por primera vez oí palabras desconocidas y prohibidas como exilio, tortura, desaparecidos...
Fue una manera de darme cuenta que algo no andaba bien, de preguntarle a mi madre con voz de pito, ¿Y porque no los encuentran, es qué están muertos, por qué los mataron? Y mi madre siempre me respondía lo mismo: “Por pensar distinto”. Una gran manifestación de personas se reunió uno de aquellos días en la carretera Panamericana a donde mi madre me llevó caminando. Durante el trayecto cientos de personas se iban reuniendo con banderas, gritando, cantando, riendo, soñando, esperando que lo nuevo viniera lo más pronto posible. Una sensación increíble rondaba cada rincón, a pesar que aquel día, vi los rostros en sepia de los desaparecidos, su cara, su fecha de desaparición, su trabajo, su día de nacimiento… Estaban descritos al pie de la imagen, en pequeños panfletos de papel marrón. Ahí descubrí las respuestas y ahí sentí por primera vez tristeza por ellos. “Porque pensaban distinto”.
Aquella tarde entre aquel acto gigantesco, tuve la primera experiencia de huir de los carabineros y sus gases lacrimógenos, mientras mi madre me llevaba tan rápido, que por momentos parecía no sentir el suelo, temiendo caer en medio del pavimento y ser pisoteado por otros que huían como nosotros mientras esquivábamos las bombas y las piedras que volaban de un lado a otro. Ese día de primavera dos nuevas palabras nacían. Desaparecidos y NO. El NO era para que Pinochet dejara el poder y así dar paso a la tan ansiada democracia. Meses después fue posible. Mi memoria se confunde entre recuerdos y fechas, pero también descubrí lo que significaba ser allanado. Y, una tarde de domingo, los militares hicieron su aparición en cada una de las casas de la población; después de todo éramos posibles Comunistas y entre gritos, armas en mano y miedo, fueron registrados todos los posibles rincones en que se escondieran pruebas de que no estaban equivocados y que los pobres manteníamos el sueño de pensar distinto o ser terroristas en potencia. Sigo pensando en ello, ya no como una experiencia traumática, sino por el significado de esos años en mi vida de niño en los que no tenía temor alguno a pensar diferente.
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